lunes, 24 de octubre de 2016





Dejó que el agua cayera sobre su cara.
Caminó por las tierras donde creció y acompañaba a su padre en la recolección. Los olivos dejaban entrever a Villalute, la casa sin terminar, como así la llamaban los vecinos de las fincas aledañas. Una casa grande de una sola planta con una mezcla de olores a madera, lavanda y cisco. En la chimenea siempre anidaban golondrinas y alrededor, cerca de los árboles frutales, merodeaban los mirlos cuando la fruta estaba madura.
Al caer una gota de agua de lluvia sobre su espalda, el tiempo se detuvo y comenzaron a derramarse palabras dentro de su mente, como si de una tormenta se tratase. Sin saber cómo, se miró sus manos y ya no estaban arrugadas; decidió asomarse a un charco de agua, su cara era de un niño. Las voces de su cerebro le decían:
Ven niño ven…
Vuelve a creer que puedes volar
Haz que se olvide el miedo con tus sueños,
derrama unas gotas de tinta sobre la mar.
Y recuerda…
¡Ya sé que ya no imaginas!
Ven y abre la puerta de la esperanza.
Dejaste que el dolor cambiase el camino.
No más golpes de gracia al alma pura.
Sin saber porqué, agarró una gruesa mata de romero que rodeaba al árbol donde yace enterrado su padre. Las raíces ocultas en una masa deforme de tierra mojada se apelmazaban dejando asomar finos flecos de raicillas blancas, negras y moradas.
Las voces volvían a sonar…
Siembra niño romero que está abonado con mi cuerpo.
Coge con tu manos esta tierra mojada de mi alma.
Vuelve a correr bajo la lluvia con tu cuerpo desnudo
Para que el agua moje tus miedos y tus risas agudas vuelvan a sonar.
Nos temas mi niño, deja que salga la llama de ese corazón guerrero.
Continuará...