martes, 6 de noviembre de 2012

El Lute. 6 de noviembre 2009.

Es extraño; hoy la lluvia, pieza importante de la vida y motivo de alegría para mí, me ha llevado a acordarme de la muerte. Yo entiendo la defunción como parte de la vida, acepto su aleatoriedad e indignidad. Ninguna muerte es digna.
Hoy hace tres años de la muerte de mi padre, todavía no he conseguido aceptarlo, tal vez nunca lo haga. Aún recuerdo como ahora, sus últimos hálitos como leves brisas cargadas de dolor por el adiós inevitable.
¡Maldita! oxidación de los cuerpos.
¡Falsa! transformación de la energía que el alma porta.
No recuerdo haber sentido en mi vida una sensación de soledad más abrumadora. El miedo me irrumpió, supe al  instante que su alma ya no estaba. Consciente quizás, por primera vez de que morimos solos, aunque nos encontremos rodeados de seres queridos. En aquella habitación, 303, solo abandonó su cuerpo él, cierto es, que algo murió en mi interior. Fue el día que acabaron muchos de mis sueños y se tornaron pesadillas que, aún me atormentan.
Hay momentos en la vida que sin pretenderlo nos olvidamos de quienes somos y de donde venimos.
Todo va rápido. Efímero es el camino de la existencia. Pero aún más es la consciencia.

Hoy me encuentro sentado, esperando a un compañero, en una vieja máquina que él usaba para ayudarme en algunas tareas de mi empresa. Aún lleva una cuerda que él mismo ató y que yo no me atrevo a quitar, no sé por qué. Tal vez porque me aferro al recuerdo de quien amo y no quiero olvidar esos pequeños detalles que desatan una sorisa en mí.

Hace frio y el dolor por su ausencia crece cada día.


Últimamente paso mucho tiempo en el campo y cada día veo como brotan los árboles con los primeros rayos de sol. Cuando era pequeño acompañaba y ayudaba a mi padre con algunas tareas agrarias, siempre me hacía entender  (aunque no con palabras), lo maravilloso de aquella labor y el profundo amor que sentía por ese trocito de tierra donde pasaba el poco rato que tenía libre. Yo  no llegaba a comprender dónde estaba la gracia, en ponerte a trabajar en tus ratos libres, para recoger una escasa cosecha, que probablemente, comprarías en cualquier frutería por la mitad del dinero que se habría gastado en: semillas, agua, abonos, herramientas, gasolina, además de su propio tiempo. Creo saber, por qué del esfuerzo, ante la aparente poca recompensa. Es cierto que las apariencias engañan…

El premio a tal sacrificio no estaba solo en la recolecta, de alguna manera, o de todas, sentía las gracias recíprocas de la simbiosis entre él y la tierra.
Pienso, que en estos quehaceres, encontraba el sentido de la vida. Eso que él sentía, trataba de enseñármelo  haciendo que le ayudase en las faenas del campo. Sabedor de que yo no lo entendería hasta quién sabe cuándo, nunca trató de forzarme. Intuyo hoy, por qué nunca desperdició sus palabras en algo que debía aprenderlo por mí mismo. Merluzo de mí, han debido pasar 28 o 30 años para darme cuenta.
Albergo aún multitud de recuerdos... Sobre todo colores, olores y sabores.
He visto mil veces las ramas brotar pero nunca me había fascinado como ahora.
Hoy de nuevo, he recogido de la rama que  sembró y con el tiempo injertó para que de un solo árbol, yo pudiese recoger... naranjas, pomelos y limones dulces.
¡Que maravilla a la vista! Para todos mis sentidos.
 Puedo ver, oler y saborear... Otra vez esos matices cromáticos, aromas y sensaciones.

Gracias Lute. Aunque me dio tiempo a darte las gracias por todo, a decirte adiós y cuanto te quiero, gracias también por tan rica herencia.