martes, 7 de mayo de 2019

Querían sin querer saber.

Creí que encontré el camino.
Me atreví y agarré el sendero,
donde luchaba el guerrero.
Aguantaba, a la luz, la mirada,
aunque el destello lo cegase
y la pupilas negras quemaran.
Valiente el niño guerrero,
no se dejaba engañar.

Pero la fe lo hizo débil.
Quizás, nunca supo amar.
Amor que mueve el mundo,
que acabó en el inframundo
y ni Dante, ni Bocaccio,
lo pudieron rescatar.

No me cuentes más secretos,
pues son solo tu verdad,
las armas de este guerrero
no son las que necesitas,
no te defienden del mal.
Se crearon para amar,
y aunque inmenso su poder,
no sirven para perdonar.

Si mi ayuda reclamas,
cojo mi espada sagrada,
esa de la cruz gastada.
La que la gente piensa.
Que se forjó en la oscuridad.
No tiene miedo a matar.
Y si un alma salvo con ella,
pago el precio sin dudar
aunque mi debilidad sea.
Ni el “papa”, Florencia o Roma.
Ni la “santa” inquisición;
me pueden amedrentar.

Mas no me pidas quimeras,
porque me lanzo a la mar;
y puede ser que me pidas
lo que nunca supe dar.
Muchas veces al guerrero
no se le debe exigir,
que luche en cien mil batallas,
hay guerras que no son suyas
y no las debe librar.

Por favor dile Angelita;
dile, hermana de la cruz,
que soy persona de luz.
Si no supe demostrar
ni a mi Yegua, ni a mi espada.
Si no supe a la altura estar,
es que mi fuerzas menguaron
porque creí que en mi bohío,
yo me podía posar.
Yo podría descansar.